Irán-Israel: de la guerra encubierta a la confrontación abierta

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Lic. Eric Quinteros y Camila Resta – Instituto Rosarino de Estudios del Mundo Árabe Islámico (Iremai) UNR*

La rivalidad entre Irán e Israel se había caracterizado por una dinámica constante de sabotajes, amenazas, operaciones de ciberataques, asesinatos selectivos y la consolidación de aliados estratégicos en la región. A lo largo de las últimas décadas, este enfrentamiento mantuvo un perfil encubierto, desarrollándose «entre las sombras», sin derivar en un conflicto directo de mayor escala. Sin embargo, la tensión entre ambos ha ido escalando progresivamente hasta la confrontación abierta, con un punto culmine e histórico el pasado viernes 13 de abril cuando Israel ejecutó la operación “León Ascendente”, atacando de manera directa y declarada las instalaciones nucleares iraníes e infraestructura crítica de su territorio.

En contexto, la denominada operación “Inundación de al-Aqsa”, perpetrada por Hamás a Israel el 7 de octubre de 2023, alteró el equilibrio geopolítico regional. Inicialmente, la invasión había generado sospechas respecto a la colaboración de Teherán con el grupo paramilitar palestino, y a pesar de que no pudo ser comprobado, la retórica del gobierno israelí hacía Irán y sus aliados había cambiado. En abril de 2024, envalentonado por su guerra en Gaza, se produce el ataque aéreo de Israel contra el consulado iraní en Damasco, junto con los asesinatos de figuras claves como Ismail Haniyeh —líder de Hamás— y Hassan Nasrallah —líder de Hezbolá y pieza central del llamado Eje de la Resistencia—. Tales hechos ejercieron una presión creciente sobre la República Islámica, cuyo régimen se vio motivado a responder con proporcionalidad. Los ataques directos con drones y misiles lanzados contra territorio israelí, primero en abril y luego en octubre de 2024, marcaron un punto de inflexión: fue la primera vez que Irán ejecutaba una ofensiva abierta de esa magnitud contra territorio israelí. La contra respuesta no se hizo esperar. A mediados de octubre del mismo año, Yahya Sinwar fue asesinado en la Franja de Gaza, seguido por ataques contra sistemas de defensa aérea y sitios vinculados al programa de misiles iraní.

En 2025, en medio de este delicado escenario, la cuestión nuclear —tema siempre sensible en la relación entre Irán y Occidente— resurgió con fuerza. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca abrió la posibilidad de renegociar un nuevo acuerdo nuclear o reconvenir el Joint Comprehensive Plan of Action (JCPOA), que originalmente operaba bajo una lógica de quid pro quo: el levantamiento parcial de sanciones económicas a cambio de la limitación de los procesos de enriquecimiento de uranio por parte de Irán. En paralelo a este posible acercamiento, se celebraron reuniones secretas entre Irán y Estados Unidos (EEUU) en Omán. Por su parte, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu dejó en claro que, para su gobierno, el único «buen acuerdo» sería uno que implicara la eliminación total de la infraestructura nuclear iraní, al estilo del pacto alcanzado en 2003 entre Libia y Occidente, que conllevó la renuncia de Trípoli a sus programas nucleares, químicos, biológicos y de misiles. En caso contrario, advirtió Netanyahu, Israel “hará todo lo posible para impedir que Irán adquiera armas nucleares”. El aspecto central de esta controversia radica en que Irán ha sostenido de forma consistente su compromiso, en calidad de firmante del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), de no desarrollar ni controlar el ciclo del combustible de fisión nuclear con fines militares.

No obstante, y en aparente contradicción con los intentos diplomáticos en curso, el pasado 13 de junio Israel lanzó un ataque que alteró profundamente el curso de los acontecimientos. El operativo tuvo como objetivos estratégicos a científicos, instalaciones nucleares, bases del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI) y personal militar iraní. Medios oficiales persas confirmaron que los bombardeos aéreos israelíes provocaron la muerte de figuras claves del aparato militar y científico de Irán, entre ellos: el Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, Mayor General Mohammad Bagheri; el Comandante del CGRI, Mayor General Hossein Salami; el titular del Cuartel General de Khatam ol Anbia, Gholam Ali Rasid; el exdirector de la Organización de Energía Atómica y científico nuclear Fereydoon Abbasi; y el físico Mohammad Mehdi Tehranchi, presidente de la Universidad Islámica Azad. Hasta el momento de la redacción de este artículo, al menos 14 científicos nucleares iraníes han muerto en ataques atribuidos a Israel, incluidos atentados con coches bomba. Recientemente, la agencia estatal IRNA informó que cinco vehículos cargados con explosivos fueron detonados en distintos puntos de Teherán. Asimismo, se confirmó que la base nuclear de Natanz sufrió daños, al igual que varias reservas estratégicas de petróleo. Por su parte, mediante la “Operación Promesa Verdadera III”, la República Islámica comenzó su operación de represalia atacando decenas de objetivos, centros militares y bases aéreas en todo Israel, según un comunicado del CGRI. Si bien el sistema de defensa antiaérea asistido por EEUU, la Cúpula de Hierro, logró neutralizar la mayor parte de misiles y drones, se han reportado al menos 22 heridos y también daños materiales. Entre los sitios afectados, la planta de energía de Haifa fue vista envuelta en llamas, el estratégico aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv fue embestido por un misil hipersónico iraní, mientras que infraestructura civil se vio comprometida en la alta y baja Galilea, Haifa, Afula y Nazaret.

Pese a que los hechos aún se desarrollan y requieren una lectura prudente, es posible esbozar algunas interpretaciones preliminares. En el plano militar, ambos actores parecen haber internalizado las limitaciones y capacidades del adversario. Israel ha comprobado que el sistema aéreo iraní presenta serias deficiencias frente a su superioridad tecnológica y operativa, mientras que Teherán ha demostrado que posee la capacidad de lanzar misiles que, en ciertos casos, han logrado sortear el denso entramado defensivo israelí. En paralelo, ambos gobiernos despliegan intensas campañas de propaganda: mientras las autoridades israelíes minimizan la cantidad y eficacia del arsenal balístico iraní, desde Teherán se insiste en que sistemas como la Cúpula de Hierro podrían verse pronto saturados. No obstante, en términos tácticos, los ataques israelíes se perciben como más calibrados y sistemáticos, lo que podría traducirse en una ventaja acumulativa a lo largo del tiempo.

Tal como han señalado diversos centros de estudios estratégicos y círculos de planificación, el objetivo de largo plazo de Israel parece orientarse hacia un cambio de régimen en Irán. Esta estrategia implicaría el desmantelamiento de la República Islámica, la instauración de un gobierno alineado con sus intereses y la desarticulación del denominado Eje de la Resistencia. En este marco, algunos analistas advierten que el progresivo deterioro de la salud y el envejecimiento del líder supremo, Alí Jamenei, podría constituir un factor de vulnerabilidad estructural para el sistema político iraní. Otros sectores sostienen propuestas aún más disruptivas, como la posibilidad de una operación de “decapitación” específica a la cúpula dirigente iraní para aislar a Jamenei, en combinación con ataques selectivos a infraestructuras críticas —especialmente del sector energético, fuente económica del régimen—, con el objetivo de fomentar descontento social y provocar un estallido interno. A pesar de los riesgos significativos que este enfoque conlleva, desde Tel Aviv se percibe la actual coyuntura como una oportunidad histórica para reconfigurar el balance de poder regional. El conflicto ha superado, en este sentido, los límites de la confrontación encubierta. La estrategia israelí parece apostar a que es posible absorber una eventual respuesta iraní, fracturar las estructuras del régimen y poder reconfigurar las correlaciones de poder en Medio Oriente en el mediano y largo plazo. Sin embargo, a pesar de lecturas que obvian esta variable, Irán no se encuentra aislado en el escenario regional. Por el contrario, actores como Hezbolá, Ansarolá (Yemen) y las milicias pro iraníes en Irak continúan siendo parte del Eje de la Resistencia, que, aunque debilitado y desarticulado en múltiples frentes, aún permanece operativo y movilizado. Mientras el liderazgo israelí percibe una ventana de oportunidad estratégica, desde la perspectiva de Teherán se han sobrepasado múltiples líneas rojas, llegando a amenazar recientemente con abandonar el TNP. El resto de la región observa con preocupación una confrontación que podría desembocar en un conflicto que involucre a los grandes poderes globales.

*Instituto Rosarino de Estudios del Mundo Árabe Islámico – @Iremai_unr

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