Nunca Macri

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La frase publicitaria “Nunca más”, utilizada hoy por el mileísmo como bandera contra el reservorio kirchnerista en la provincia de Buenos Aires, fue en verdad un silencioso y previo “Nunca más” contra Mauricio Macri y aquellos que lo rodeaban (Miguel Pichetto, por ejemplo). Tuvo éxito: no hubo necesidad de vitalizar la apelación histórica y emblemática para deshacer el esqueleto del ingeniero boquense, aunque todavía resiste la columna de Capital Federal. Esa muda vulgarización del símbolo de los derechos humanos esterilizó al PRO y a sus amigos, que se han quedado con la fantasía –en muchos casos– de que en el futuro se van a convertir en un Caballo de Troya si se llegara a desmoronar el oficialismo. Así debe pensar un Macri obligado a la paciencia –llamada resiliencia por sus cercanos–, furioso con el progreso de ciertos colaboradores que lo abandonaron. De Patricia Bullrich a Diego Santilli, con quien guarda un encono particular por pasados derrapes, no solo con Javier Milei sino también con Elisa Carrió. Un hombre cambiante, como el muñequito de los relojes suizos: ahora está en modo violeta.

Obligado por deserciones múltiples y decisiones partidarias, Macri dice ensayar la estrategia de esperar hasta diciembre para renovar votos políticos: justo cuando empieza a rendir examen el nuevo Congreso Nacional y su futura integración. Es una fecha para cobrar en boletería. Débil argumento, sin duda. Pero su liderazgo se astilló antes del sometimiento a los propósitos del Gobierno: fue cuando, en un cónclave nacional del PRO, se aprobó que, de acuerdo a los intereses en cada distrito, el partido se presentaba solo, siguiendo a Milei o pactando con los radicales de Maximiliano Pullaro en Santa Fe. Servicio pleno para atender al cliente. Una cariocinesis monumental, la división de las células.

Uno de los más afectados por esta concurrencia egoísta del partido para subsistir resultó Diego Guelar, a quien no le informaron que, por orden del Presidente, ya no se insultaba más en la profesión y, como no pudo candidatearse por adentro del PRO, calificó a Macri –quien le dio albergue y trabajo antes como embajador en China; alguien dijo que no era un premio, sino para tenerlo lo más lejos posible– como un “hijo de puta, como un reverendo hijo de puta”. No se entiende lo de “reverendo”.

Esto no les gusta a los autoritarios

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Hay otra fecha a contemplar: un plazo de 60 días. Y no solo por Macri. De viaje en esas jornadas negras, la duración de dos meses que el equipo económico se ha impuesto –de acuerdo a la finalización de las próximas elecciones– para revisar un esquema en el que ahora se puede ganar un porcentaje inédito en dólares si se apuesta a los pesos. Tan insostenible que nada resiste en apariencia más allá de esa fecha, en particular las empresas medianas y pequeñas al borde del tablón (sucumben, no pueden disponer siquiera de un descalce por un descubierto en el banco de 15 días). Ni los mismos acorralados bancos, inhumanos como la misma perspectiva, que se asustan de prestarle a las grandes compañías. Por caso: en el esplendor de los rendimientos energéticos de Vaca Muerta, ¿cómo hace una multinacional petrolera si perforar un pozo tiene una tasa de retorno inferior al interés que se paga por los pesos?

Bien podría decirse que el equipo Caputo –con disposición ahora al encierro, por carencia de respuestas o soberbia, explicando solo en su propio medio restringido de streaming– no ignora la contingencia. Pero no puede salir. Se justifica en dos razones: conservar un índice de inflación que no trepe al 2% mensual y evitar cualquier suba estridente del dólar. Son causas comprensibles de la política que entraron en descomposición hace un mes, con el tema de las Leliq, y de valiosa importancia para la conducta electoral: se vive en un país en el que el comportamiento de la divisa extranjera, su empinamiento, puede complicar cualquier resultado en los comicios.

Por lo tanto, el team económico insiste en conservar esa tradición, cueste lo que cueste, aunque ese sacrificio –palabra que elude el Gobierno– haya empezado a complicar la idea de una aniquilación del populismo peronista en ciertos territorios, por más que se invoque el “Nunca más” al kirchnerismo y sus corruptelas. Por lo menos, es lo que dicen los mentideros de encuestas, sin comprometer el triunfo del Gobierno para incorporar más voces propias en el Parlamento. Y el dato más interesante es que el voluntariado libertario que amenaza desprenderse no salta al capítulo kirchnerista y transcurre a la intemperie de liderazgos. Sabrá Dios dónde terminarán cayendo, si es que se depositan en la urna.

No parece que las listas a conocerse esta noche sean atractivas para condicionar los votos. Algunos aspirantes pasan como antes los diarios debajo de la puerta de los ciudadanos y otros se encastran en la mínima apertura. Para Milei, el ensayo de su hermana es un desafío, hasta defender a una candidata en la provincia de Buenos Aires que parece un invento menemista como el Soldado Chamamé en tiempos de Carlos Menem.

Tendrá el mandatario que poner pecho y alma en sus recorridas, perseguido además con temas de complejidad judicial: el más fiero, la causa de la cripto Libra, ya en la mesa de una oposición con servilleta, cuchillo y tenedor, o derivaciones del monstruoso caso del fentanilo mortal, oriundo del kirchnerismo, pero con una administración de salud que hasta hace pocas horas respondía a los requerimientos vía un economista: Federico Sturzenegger. Una notable falta de compromiso y sobrada cobertura familiar para sobrevivir en el responsable del Ministerio, Mario Lugones, pariente de uno de los socios de Santiago Caputo y envuelto en negocios del rubro con varios dirigentes políticos.

Si puede, el Presidente saldrá en sus actos a tapar los agujeros negros y a distinguir, sin reconocerlo, sus propias fallas. Como se sabe, se apartó por conveniencia del diccionario de injurias que lo caracterizaba y, también, aunque las redes fueron significativas para que llegara a la Casa de Gobierno, no han resultado suficientes para mantenerlo en la cúspide. Mientras, el rechazo a los medios tradicionales por su decadencia natural está fuera de oportunidad: una alta proporción del electorado todavía se nutre de ese servicio informativo, también de las opiniones que incluyen, a las cuales Milei fustiga como si ese fuera un negocio bien remunerado. Tardó en darse cuenta de que esa realidad subsiste, influye, y que a sus acólitos fervientes del tuit cuesta comprarles un auto usado.

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