Al final, el salto devaluatorio post derrota electoral parece haberle traído más oxígeno que problemas a Toto Caputo y su equipo.
De momento, no pasaron ninguna de las cosas graves que podían ocurrir: no se tocó el techo de la banda, así que no se sacrificaron reservas del BCRA, no hubo salidas masivas de depósitos bancarios, no hubo avisos de remarcaciones de precios. Y, en cambio, se insinuaron algunas cosas positivas, como la mayor venta del agro, estimulada por el precio; y una incipiente baja de las tasas de interés.
Lo cierto es que, en medio de la volatilidad del mercado y la incertidumbre política, el gobierno tomó la decisión de abandonar el «sub techo» informal de $1.360 en el que topeaba al tipo de cambio, quemando divisas del Tesoro, que ya tiene muy acotado su poder de fuego.
En consecuencia, se permitió, tal como recomendaban muchos economistas, que el tipo de cambio saliera a buscar su equilibrio. Con un poco de suspenso, frenó en $1.423, a una distancia de 3,2% del techo de la banda y terminó en $1.416,50.
El argumento que defiende la flotación «limpia» del dólar es que es la única forma de que aparezca la oferta privada, dado que la poca que quedaba se corrió del mercado cuando el Tesoro anunció que comenzaría a intervenir para «proveer liquidez y asegurar el normal funcionamiento», según la definición oficial.
Ahora, todo indica que la percepción del equipo económico cambió. Sin intervención oficial, apareció el lunes un fuerte volumen -se estima en u$s200 millones- del sector agrícola, que estaba esperando la previsible corrección del tipo de cambio para concretar exportaciones.
¿Aparece la oferta privada de dólares?
Claro que es difícil que ese volumen se sostenga, pero al menos en el gobierno se ilusiona con la posibilidad de que se mejore el flojo aporte del campo en agosto, cuando la liquidación cayó a u$s1.800 millones, menos de la mitad del mes anterior.
De momento, se está reportando un ingreso intenso de camiones a la zona portuaria de Rosario, lo que parecería confirmar que se trata de un cambio de tendencia y no de una venta puntual.
En el caso concreto de la soja, se estima que hay un remanente de 19,5 millones de toneladas en poder de los productores. Teniendo en cuenta los precios del mercado internacional, esto implicaría un potencial exportador de u$s7.000 millones. Es decir, una verdadera bocanada de oxígeno para un gobierno al que el mercado le reclama acumular reservas genuinas.
El gobierno había previsto que, tras confirmar que la rebaja de retenciones será permanente y no transitoria, eso generaría un incentivo para el ingreso de «sojadólares». Sin embargo, la incertidumbre del mercado puso un freno. Las cifras son elocuentes: en la recaudación de ARCA de agosto, las retenciones a la exportación tocaron su punto más bajo del año, y apenas representaron un 2,6% de la recaudación total. En contraste, en junio las retenciones a la exportación contribuyeron con un contundente 7,5% de la «torta» impositiva.
¿Qué ocurrirá en adelante? Por lo pronto, los precios lucen más apetecibles: para el productor local ya es posible vender a $417.000 por tonelada. Es un 8% por encima de lo que recibía el productor en las semanas previas a las elecciones bonaerenses, y casi un 30% más de lo que se percibía en julio, cuando se denunciaba una situación de rentabilidad negativa para los agricultores alejados de la zona núcleo.
Si el dólar se mantiene en niveles relativamente altos, entonces podrá mejorar la previsión de ingresos por exportación, que se había recortado por los bajos precios agrícolas y del petróleo en el mercado internacional.
Lo que todavía está por verse es si un dólar cercano al techo de la banda es un desincentivo suficiente para las importaciones, que vienen creciendo a una velocidad de 31,7% interanual.
Sin efecto contagio
Pero, sobre todo, lo que en el mercado se está viendo con expectativa es que el salto del dólar no parece haber generado una reacción de pánico ni entre los ahorristas ni en el comercio.
Es cierto que dos días son poco tiempo como para sacar conclusiones, pero también es cierto que en otras situaciones comparables a la actual, la reacción del público fue inmediata. Por caso, luego de la derrota de Mauricio Macri en las primarias de 2019, se produjo una salida de 10% de los depósitos bancarios en un solo día.
Ahora, según reportan ejecutivos de los bancos, el movimiento es normal. Y ni siquiera se está notando una suba fuerte en la demanda de dólares por parte de los ahorristas. Claro que, en parte, es el reflejo de que, pasado el «efecto aguinaldo», hay poca liquidez excedente en manos de los asalariados.
Los economistas más cercanos al gobierno argumentan que tampoco se producirá el temido «contagio a precios», por la política de absorción monetaria que definió Caputo. Con pocos pesos en la calle, cualquier aumento de precio se enfrenta al desafío de superar el «principio de Menger» -es decir, de conseguir que el público convalide un precio que no está dispuesto a pagar-.
Esto no significa, claro está, que haya elogios a la política de «torniquete monetario». Más bien al contrario, muchos analistas atribuyen precisamente a ese aspecto del plan económico el mal resultado electoral, dado que la suba desenfrenada de tasas de interés derivó en un estrangulamiento financiero de las pymes.
¿Cambio de tendencia en las tasas?
Es por eso que, además de seguir al dólar -y comprobar qué tan lejos llega la vocación de Caputo y compañía por la flotación cambiaria-, las miradas están puestas en las tasas de interés.
El reclamo por una normalización es unánime, desde los bancos hasta los pequeños comerciantes advierten sobre el efecto de parálisis que hay sobre la economía desde que el desarme de las LEFIs disparó el costo financiero al triple de la inflación.
Este martes hubo algunas señales que se recibieron con alivio, como por ejemplo la baja en la tasa «repo» -una de las operatorias más comunes entre los bancos para tomar liquidez de corto plazo- cayó a 35%, cuando en su peor momento de volatilidad superó el nivel de 70%.
Al mismo tiempo, el Banco Central bajó al 40% la tasa de pases pasivos -es decir, la que paga a los bancos para alojar liquidez excedente-. Los analistas interpretaron esta situación como una admisión tácita de parte del equipo económico sobre el error cometido en el desarme de las LEFIs, que derivó en la volatilidad financiera.
De hecho, los pases pasivos se habían eliminado, como parte del discurso de la «limpieza del balance del BCRA». Pero la turbulencia hizo que fuera necesario reponerlos. Hasta la semana pasada, esa tasa rondaba el 50%, con un volumen de $4,5 billones, el nivel más alto desde su eliminación hace un año.
Todavía falta para que se pueda hablar de una «normalización», dado que la tasa que se pagaba por las LEFIs hasta mitad de año era de un 30% anualizado.
Un test ácido para Caputo
Ahora, el nuevo test es el calendario de pagos de la deuda en pesos. Este miércoles se licitan bonos para renovar vencimientos por $5 billones, y hay expectativa por ver si Caputo logra «rollear» ese monto sin tener que convalidar tasas más altas ni forzar a los bancos con nuevas subas de encajes.
En la última licitación -ya con un aumento en los encajes que para los bancos significó «una oferta que no se puede rechazar»- logró el objetivo de no dejar pesos «excedentes» pero al alto costo de una tasa anualizada de 75%. En otras palabras, un retorno mensual de 4,8%, contra el cual ningún negocio puede competir y que, en los hechos, hace imposible el crédito.
De manera que la licitación dará la pauta de qué tan afectado está el humor en el mercado financiero después del traspié electoral del gobierno. Su resultado será determinante, dado que el calendario que sigue es exigente: el total de vencimientos con el sector privado en octubre es de $8,2 billones, en noviembre de 12,7 billones y en diciembre de 11,6 billones.