El día en que el kirchnerismo estuvo a punto de romper con Alberto F

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El presidente Alberto Fernández nunca iba a romper definitivamente con el kirchnerismo. Lo tenía decidido. Su apuesta, aun en los momentos de mayor tensión, fue siempre la de sostener la unidad formal del frente que lo había llevado a la Casa Rosada. Sin embargo, hubo un instante preciso en el que Cristina Fernández de Kirchner y Máximo Kirchner estuvieron a punto de romper definitivamente con él. Y, en ese punto de quiebre, la historia final del gobierno del Frente de Todos podría haber sido otra. Quizá mejor. Quizá peor. Pero, sin dudas, diferente.

Ese momento se concentró en un lapso breve y decisivo: entre el viernes 1° y el lunes 4 de julio de 2022. Por entonces, Martín Guzmán seguía siendo ministro de Economía y aún conservaba el respaldo explícito del Presidente y de una parte significativa del gabinete. Ese viernes, Guzmán le planteó a Alberto Fernández un ultimátum que condensaba meses de desgaste interno: o podía implementar un cambio profundo y acelerado en la política de subsidios a la energía, reduciendo el gasto público destinado a amortiguar las tarifas de luz, gas y agua para hogares, comercios y empresas, o presentaba su renuncia.

Alberto Fernández le dio la razón. Reconoció que el Gobierno estaba atrasado en una de las correcciones centrales comprometidas con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y prometió una definición política contundente. El lunes 4 de julio –le aseguró– anunciaría públicamente el inicio de una etapa concreta de eliminación de subsidios, incluso si eso implicaba enfrentar a la vicepresidenta. Años más tarde, el propio Fernández relató ese episodio en el podcast No hay plata, al repasar los tramos más ásperos de su gestión y, en particular, la convivencia con su compañera de fórmula.

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El problema era que Guzmán ya no confiaba en la palabra presidencial. Tenía antecedentes de sobra. El 7 de mayo del año anterior había intentado avanzar en la reducción de subsidios y se había topado con la resistencia abierta del entonces subsecretario de Energía, Federico Basualdo. Guzmán le había ordenado poner en marcha la denominada “segmentación” tarifaria, un esquema tripartito que distinguía entre usuarios sin subsidios, usuarios con subsidios parciales y usuarios plenamente subsidiados.

Ese esquema había sido negociado con el FMI y quedó explícitamente incluido en el acuerdo firmado el 25 de marzo de 2022. Sin embargo, el kirchnerismo se negó a convalidarlo. Lo más grave para Guzmán no era solo la resistencia política, sino la parálisis operativa: Basualdo directamente ignoraba las instrucciones del ministro, siguiendo las directivas de su jefa política real, la vicepresidenta, convencida de que no era el momento de tocar tarifas. Menos aún si se trataba de una exigencia del Fondo y si el encargado de ejecutarla era Guzmán.

Para entonces, la relación entre el ministro de Economía y el núcleo duro del kirchnerismo era tensa. Guzmán había negociado, cerrado y logrado la aprobación parlamentaria del acuerdo con el FMI, desoyendo la estrategia que impulsaba Máximo Kirchner. El diputado proponía un acuerdo a más de veinte años y llevar a la Justicia a los responsables del préstamo de 54 mil millones de dólares otorgado durante el gobierno de Mauricio Macri. Una posición políticamente confrontativa, pero técnicamente inviable en cualquier mesa de negociación con el organismo internacional.

El programa de Facilidades Extendidas fue aprobado en el Congreso con votos del PRO y de un sector del radicalismo, mientras el kirchnerismo duro se abstenía o votaba en contra. Esa escenografía parlamentaria terminó de dinamitar cualquier puente posible entre Guzmán, la vicepresidenta y su hijo.

Aunque el acuerdo se había aprobado en marzo, la reducción de subsidios era un requisito impostergable para el período mayo-diciembre de 2022. Sin embargo, al comenzar julio no existía un plan concreto.

El esquema tarifario seguía intacto y el kirchnerismo evitaba cualquier interlocución con el quinto piso del Palacio de Hacienda. Frente a ese bloqueo, Guzmán lanzó su ultimátum.

Alberto Fernández volvió a coincidir con él. Admitió la demora y prometió una solución política: desde el lunes habría un nuevo ministro de Energía. El elegido era Aníbal Fernández, por entonces ministro de Seguridad, un dirigente de peso propio dentro del gabinete y dispuesto a avanzar con la segmentación tarifaria y a acelerar la construcción del gasoducto Néstor Kirchner, incluso frente a la resistencia de la vicepresidenta, que cuestionaba el proyecto por la provisión de insumos desde Brasil.

El único contrapunto entre Guzmán y Aníbal Fernández fue jerárquico. El ministro de Economía pretendía que el bonaerense asumiera como secretario y no como par. Aníbal rechazaba la degradación, aunque aceptaba cumplir la misión que le encomendara el Presidente. Ese viernes, todo parecía encaminado hacia una crisis política de alto voltaje, con un frente interno dispuesto a enfrentar al kirchnerismo.

No ocurrió. Guzmán, desconfiado, redactó esa misma noche un documento explosivo de siete carillas. Al día siguiente, sábado 2 de julio, escuchó en vivo el discurso de Cristina Kirchner en Ensenada, durante el acto por el aniversario de la muerte de Juan Domingo Perón. Allí, la vicepresidenta cuestionó a sectores del gabinete, el acuerdo con el FMI, la política tarifaria, la gestión de importaciones y la falta de coordinación política. Guzmán interpretó ese mensaje como una desautorización definitiva.

No esperó al lunes. Publicó el documento en redes sociales y presentó su renuncia. Intentó comunicarse con el Presidente, pero no obtuvo respuesta.

Alberto Fernández se enteró de la salida de su ministro de Economía como el resto del país, a través de los medios.

Aníbal Fernández nunca fue ministro de Energía. No hubo cambios inmediatos en la política tarifaria. El esquema que Guzmán había diseñado terminó siendo aplicado más tarde por Sergio Massa, sin resistencias del kirchnerismo y con el mismo diagnóstico que antes había provocado la implosión. Aquellos cuatro días de julio marcaron, de manera irreversible, el principio del fin del experimento político que había nacido en 2019.

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