Joseph Charles Plumb es un veterano de guerra estadounidense. Tras graduarse en la Academia Naval y completar su entrenamiento, en 1965 fue seleccionado para formar parte del legendario programa que hoy conocemos como “Top Gun”.
Desde ahí, comenzó a surcar los cielos defendiendo a su país como piloto de combate. Durante la guerra de Vietnam, completó 75 misiones antes de que un misil impactara su avión. Su aeronave fue derribada.
En ese momento, fue expulsado del aparato y, mientras caía, su paracaídas se desplegó, permitiéndole aterrizar en territorio enemigo, donde fue capturado. Pasó seis años en una prisión vietnamita.
A su regreso a Estados Unidos, comenzó a dar conferencias donde compartía no solo su experiencia, sino las lecciones profundas que aprendió en cautiverio. En una de esas conferencias, relató una historia que marcó su vida. Una historia que, según él, aún le estremece el alma cada vez que la cuenta.
La historia del granjero y la roca: no confundas tu misión
Estaba sentado en un restaurante en Kansas City, su ciudad, cuando notó que un hombre en otra mesa lo observaba con insistencia. De pronto, el desconocido se levantó, se acercó y le dijo:
– Usted es el capitán Plumb, ¿verdad?
– Sí, así es —respondió él, sorprendido.
– Usted voló aviones desde el portaaviones Kitty Hawk, fue derribado en Vietnam, se lanzó en paracaídas y pasó seis años como prisionero de guerra.
Plumb se quedó sin habla, perplejo: «¿Cómo demonios sabe todo eso?», preguntó.
El hombre sonrió con serenidad y respondió: “Porque yo fui quien empacó su paracaídas ese día”.
Reconocer a los héroes silenciosos
Plumb, que había hablado ante miles de personas en todo el mundo contando lo duro de la guerra, no encontró palabras. Se levantó tambaleante y apenas pudo extender una mano agradecida. El hombre se la estrechó con una sonrisa y una palmada en el hombro: “Supongo que funcionó”.
-Amigo (le dijo Plumb con la voz entrecortada) he dicho muchas oraciones de agradecimiento por los dedos ágiles que empacaron mi paracaídas, pero jamás imaginé que tendría la oportunidad de darte las gracias en persona.
El hombre, con sencillez, preguntó:
– ¿Todos los paneles estaban bien?
Plumb respondió con sinceridad:
– No todos. Tres de los dieciocho estaban rotos. Solo tenía quince buenos. Pero no fue tu culpa. Fue mía. Me eyecté del Phantom F-4 a 600 nudos, demasiado cerca del suelo. Tú hiciste bien tu trabajo. Yo fallé en el mío.
– Curioso (le preguntó el capitán) ¿Llevas un registro de los paracaídas que empacas? ¿Sabes cuántas vidas has salvado?
– No llevo un registro. Para mí, la verdadera recompensa es saber que cumplí con mi deber (negó con una sonrisa en su rostro).
Charlie Plumb continúa esta historia en sus charlas. Habla de aquel hombre como un simple marinero, cuya labor era permanecer horas bajo la cubierta del portaaviones, frente a una larga mesa de madera, doblando paneles de seda y tejiendo con precisión las cuerdas de cada paracaídas. Ocho, diez, doce horas al día… sin gloria, sin aplausos, sin que nadie supiera siquiera su nombre.
Mientras tanto, Plumb, como piloto, surcaba los cielos rompiendo la barrera del sonido, convencido de que él era el centro del universo. Nunca se había detenido a pensar quién estaba allá abajo, empacando su salvación… hasta que un día, la necesitó.
La historia de las medias y una lección sobre el tiempo, el dinero y lo esencial
Y ese día, la persona más importante en su vida fue alguien a quien jamás había saludado. Alguien por quien había pasado muchas veces sin decir una sola palabra. Alguien a quien ni siquiera reconoció cuando lo tuvo enfrente. Ese hombre le había salvado la vida.
Y entonces, Charlie lanza una reflexión que cala profundo:
¿Acaso no es de eso que se trata la vida?: Empacar paracaídas.
Para los demás. Para nuestras familias, nuestros compañeros, nuestra sociedad. Porque todos, en algún momento, vamos a necesitar que alguien haya empacado el nuestro con cuidado, con amor, con dedicación silenciosa.
Así que la pregunta no es solo ¿Quién empacó tu paracaídas?, sino también ¿A quién le estás empacando el suyo?
A quién le das una palabra de aliento cuando siente que va en caída libre, a quién sostienes cuando todo en su vida se ha desmoronado, a quién ayudas, aun sin recibir reconocimiento.
Y quizá lo más importante: ¿Cómo está empacado tu propio paracaídas?
Quién te sostiene a ti, quién está ahí cuando lo necesitas. Mira a tu alrededor. Agradece a quienes, cada día, en silencio, empacan tu paracaídas.
Porque gracias a ellos, seguimos volando.
(*) Rafael Jashes – Rabino